domingo, 13 de octubre de 2019

RIESGO


Javier se miró en el espejo. Quitarse la corbata, el traje de ejecutivo y vestirse con una camiseta reivindicativa, le hacía sentirse él mismo. Movió las piernas y revoloteó por la habitación como un perro dando vueltas antes de sentarse para ver si las deportivas le dejaban moverse con libertad. Sabía que terminaría echando más de una carrera y quería sentir que iba ligero y preparado. Cerró el libro que estaba leyendo, señalando con un doblez la página de la que no podía salir, desde hacía una semana y salió por la puerta exhalando un suspiro iniciático.

De camino a la Plaza Mayor respiró el sofocante aire de verano y por un momento, supo que terminaría sudando como un gladiador en la arena.
El sol picaba con fuerza y los recuerdos de verano de su infancia tocaron la puerta de la memoria. “Toc toc” ¿se puede? Presentándose sin avisar, una voz pidió paso.

Y aparecieron de la nada esos días en aquel pueblo donde veraneaban. Tardes de piscina, de helados y pipas de calabaza, de excursiones en bicicleta por las carreteras secundarias, de cine de sesión continua, de juegos, de conversaciones a la luz de la luna y bajo la inmensidad de las estrellas, de visitas a los campos y paseos en tractor.

Un recuerdo atravesó de pronto la escena bucólica. Aquel verano en el que todo cambió.
Javier admiraba a su padre, cazador en el coto de los pueblos de la zona, y le gustaba imitarle. Una tarde, mientras los chavales jugaban con escopetas de agua, el carnicero Gerardo, revolviéndole el pelo y riendo a carcajadas comentó en alto: -Chaval, qué estilo te das, ¡de casta le viene al galgo! ¡¡El mozo apunta maneras, ehhh!!
Al día siguiente su padre le invitó a presenciar una jornada de caza y, lo que creía iba a ser un acontecimiento emocionante, cambiaría el rumbo de su vida.
Un cazador, furioso con su perro por no recoger una pieza, le pegó un tiro. A pesar de la tragedia, nadie quiso hablar del tema y él, mudo de espanto, no soltó ni una lágrima, pero algo se removió en su interior.
Dos días después, al ir por las bicicletas al chamizo donde las guardaban, vio al corderito con el que solían jugar, colgado de un gancho. En el menú de la pensión se podía leer: “Segundo plato: Cordero al horno”.

Javier volvió a la realidad. Había llegado a la plaza y ya estaba llena de gente.
Dos compañeros se acercaron: -Hoy toca pintura de guerra. Un rojo feroz y ardiente cubrió su cuerpo. Era un rojo sanguinario. La plaza se tapizó de manchas encarnadas.
Por la noche los informativos dieron una noticia que escocía las conciencias:
“Manifestación en contra de la matanza de animales, corridas de toros y maltrato animal con múltiples heridos por cargas policiales.”
La cámara se acercó a los restos de un cartel arrastrado por el viento y medio quemado en el que se podía leer:
¿Imaginas que una raza superior matara y vejara humanos para su entretenimiento?

El barrendero de la plaza recogió la portada de un libro destrozado y leyó en alto:

“Manual del miserable que maltrata a sus mascotas.”






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